miércoles, 21 de julio de 2010

Quiénes somos (Quién soy)


Siento que me estoy adueñando de un sitio construido por dos almas que, en su momento, compartían una buena y reconfortante amistad, pero que dadas las circunstancias de la vida, ya no podrán trabajar juntos en las tareas de ocio y creatividad. Debo plantearme en una especie de declaración de principios, pero no muchos entenderían aquello. Lo cierto es que la amistad con mi buen amigo Roderick se ha visto interrumpida. Son muchos los factores, culpas y responsabilidades de mi parte. Pues bien, y así continúa esta historia, de añoranzas y tiempos felices, largas noches de conversación y sus infaltables "coffee & cigarettes". Pero todo quedó atrás y es ahí en donde me quiero detener a analizar el comportamiento humano, las relaciones y su fugaz paso. Al menos en este caso.

Cabe mencionar, y no es menos importante, que este blog lo retomaré como el medio idóneo para plasmar mi locura fatua, y que tras cuatro meses de inactividad producto de encontrarme en un lugar en donde con suerte podía leer, será, de ahora en adelante, mi espacio íntimo de una bitácora herética y explosiva, en donde vomitaré el entramado contexto mental que me guía diariamente en esta experiencia vital voluble.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Diademas perdidas (O relatos desde la incandescencia; segunda parte)


Alienación



Pablo seguía balbuceando su nombre. Y el suyo, el más patético adjetivo que jamás encontró sustento; que no reposara en el alivio de tardes dolorosas. Los recuerdos seguían presentándose ineluctables, rayando en la demencia que avizoraba tenazmente.

Sólo un minuto de lucidez, y podrás seguir en tu eremita olvidada, en tanto tu rostro forma una humilde sonrisa cuando piensas en ella. Su recuerdo se trasmuta en imagen etérea, pero tan brillante como la luz del sol que ilumina tu día cargado de nostalgias.

Versos libres sin técnica literaria que aparecen insidiosamente en tu pensamiento invadido por la no reciprocidad...


Escuché nuevamente tu lánguida voz
fría y seca, penetrante y sentenciosa,
como los calostros recolectados
En dolor;
De mártires irremisibles,
antítesis de lo que busco en la rabia
de mis manos sedientas,
En el lugar donde los mares se ahogan
a sí mismos.

Vuelvo con desdén hacia el pozo
volátil y de expresiones redundantes,
pero consigna de un grito acallado
Por la melancolía mediocre.

Estrepitosos y aullantes anhelos
de doncellas en versos crepusculares,
Lo mío es la hemorragia
de una existencia limitada
por la vil muerte.

Mis manos continúan ávidas
del terso zumo que acaricia
las gargantas quebradas y despojadas,
Por los alaridos insípidos.
Sustento, que tu amarga voz podría crear
que en las oportunidades perdidas
yacen como centro del regocijo humano,
Aceptación de los paisajes verdosos
De tu mente.

M.M

sábado, 13 de septiembre de 2008

Estimulación


La luz tenue del cuarto de creación. Las carcajadas, los gritos eufóricos, y el juego electrónico que mantiene despierta nuestra mente, azuzándola a crear, avivando el escenario donde todos, en cada noche de la semana insomne y aburrida (y dormida, gente anestesiada en las casas aledañas)intentamos matar el maldito tiempo, aquél que es capaz de provocarnos ansiedad ante las presiones de las cuales hemos sido víctimas desde que nacimos. ¿La culpa es de nuestros Padres? No los culpo, ellos sólo son parte del engranaje de normalidad. Campana de Gauss y la conchetumadre. Quiero ser distinto, quiero gritar y desgarrarme, mientras bebo desaforadamente y con la avidez de un lactante el zumo que estimula mis conexiones neuronales disfuncionales.

M.M

(Texto dedicado a Roderick, Ricardo y Nicolás)

Diademas perdidas (O relatos desde la incandescencia)



“Es mejor quemarse que disolverse lentamente”
(Neil Young)


Comencemos con el pequeño ardor que corroe tus pensamientos. Reminiscencias incipientes. Pablo. Y tu nombre resuena sutilmente por las paredes mientras balbuceas como un niño. En el ocaso de las edades perdidas, fuiste el único trasgresor de amargas estadías en soledad, como hoy; pero también contemplas el recuerdo que su imagen proyecta y, por sobre todo, la última noche durante la cual la observaste desde la primera fila. Ella, la beldad sofisticada, cantaba emulando a la famosa reina-símbolo-actriz y quién sabe qué otros oficios ejercía gracias a sus faldas flameantes y su pelo rubio. Ojos obnubilados por las luces que penetran el diminuto orificio. Tras él, la antesala que consigna tu pequeño escenario, cargado de limitancias físicas, incómodas. ¡Imágenes! ¡luz! ¡más imágenes! La correctiva y agria enseñanza de tu madre se vuelve a reproducir con la misma intensidad de aquellas marchas militares que encuadraban rígida y obsecuentemente tus lúdicas tardes de infante. Pueriles adornos sin valor agregado, intangibles, al igual que las perlas brillantes que armonizan la estética superflua de sus labios rojos. Comisuras indómitas que jamás besaste. Pablo. Y tu nombre reverbera al mismo compás de tus extremidades que, anestesiadas, se internan por el raso relieve imperfecto. Paisajes que aquilatas en los mínimos resquicios de tu mente enferma. Ángeles y demonios que han trasmutado los roles y que ahora ríen mirándote desde la primera fila. Privilegiada posición que en los años de juventud te cautivó. Pablo. Y el canto de la musa se comienza a extinguir.





M.M

jueves, 11 de septiembre de 2008

sábado, 6 de septiembre de 2008

Desdicha de una tarde


Se supone que como en cualquier tarde fría, en donde los ateridos dedos de los sirvientes de la gran casa no logran atestar con eficiencia los enormes vasos llenos de vino barato, Pablo, nuestro querido Pablo Mujica, jamás pensó encontrarse en una situación como la que le aquejaba con punzantes bríos de deficiencia. Su mirada, como siempre, perdida ante el vasto espacio del vestíbulo, conjugaba sus miedos ante la inminente partida de sus demás compañeros. Todos ellos, aunados frente a la infranqueable puerta del baño, esperaban ávidos su turno por reencontrarse con la cálida agua de las cañerías olvidadas por los suculentos aprontes arquitectónicos de la ciudad indiferente. Y él seguía absorto. Allí, en el mismo lugar donde días atrás su compañera de toda la vida le había abofeteado sobre el lugar más sensible de su ya alicaída existencia. Desapego, desamor. En el mismo escenario trashumante de espacios físicos que asfixian. Por sobre el salón descolorido y ya sin gracia para los visitantes.

En el momento de levantar la voz, la sirvienta más anciana, esa que acostumbra a ordenar con prolija obsesión los raídos almohadones del sofá, se encontró con una imagen un tanto curiosa, nunca antes vista en su larga vida de aseos y oficios en casas devoradas por la autoridad: Su sobrino, el niño más solícito a la hora de enfrentar sus encomiendas, se hallaba, o no se hallaba a sí mismo en tanto continuaba arrellanado en el mismo sillón de las predilecciones serviles comandadas por la neurosis de la anciana que sólo ha realizado una sola actividad en toda su vida. Los ojos de Pablo se alzaron y volvieron a su órbita anterior sin más interés que el de seguir impertérrito mientras el hastío vital lo seguía carcomiendo. Marta, la anciana llena de amor, sólo esbozó un gesto de lastimero afecto por su ser querido perdido en sus pensamientos. Ni siquiera el tan atractivo sofá grávido de polvo le llamó la atención esta vez: sintió, dentro de sí, que esta vez algo había cambiado; un ser humano echado sobre los acontecimeintos que danzaban a su alrededor, tan inerme como cuando apenas era un pueril pendejo de tan sólo 4 años.

Marta continuó caminando por el pasillo, inquieta y preocupada por la horrosa imagen con la cual, minutos antes, se había topado. Las carcajadas no cesaban, provenientes desde el pequeño grupo que se encontraba ante la puerta del baño y que, como si intentaran derribarla con el fragor de sus gargantas cada vez más jocosas, mantenían firme sus intensas algarabías. Independiente al atraso horario que llevaban a cuestas.
Marta en el pasillo. Inmóvil, y pensando. En un haz invisible de motivación interna, voltea para acudir ante un grito desgarrador, agónico, que se origina abruptamente desde el vestíbulo. Sus piernas comienzan a elucubrar el armónico paso de a dos, cuando, de pronto, y sin siquiera alcanzar a tocar con sus zandalias de lona el piso por cuenta de su segundo y más trémulo paso, escucha un atronador disparo. La copa de vino a medias cae de su mano: Ésta vez, o, al menos por esta tarde, aquella copa sucia dejada por sus dicatatoriales patrones no se alcanzaría a lavar.