sábado, 13 de septiembre de 2008

Diademas perdidas (O relatos desde la incandescencia)



“Es mejor quemarse que disolverse lentamente”
(Neil Young)


Comencemos con el pequeño ardor que corroe tus pensamientos. Reminiscencias incipientes. Pablo. Y tu nombre resuena sutilmente por las paredes mientras balbuceas como un niño. En el ocaso de las edades perdidas, fuiste el único trasgresor de amargas estadías en soledad, como hoy; pero también contemplas el recuerdo que su imagen proyecta y, por sobre todo, la última noche durante la cual la observaste desde la primera fila. Ella, la beldad sofisticada, cantaba emulando a la famosa reina-símbolo-actriz y quién sabe qué otros oficios ejercía gracias a sus faldas flameantes y su pelo rubio. Ojos obnubilados por las luces que penetran el diminuto orificio. Tras él, la antesala que consigna tu pequeño escenario, cargado de limitancias físicas, incómodas. ¡Imágenes! ¡luz! ¡más imágenes! La correctiva y agria enseñanza de tu madre se vuelve a reproducir con la misma intensidad de aquellas marchas militares que encuadraban rígida y obsecuentemente tus lúdicas tardes de infante. Pueriles adornos sin valor agregado, intangibles, al igual que las perlas brillantes que armonizan la estética superflua de sus labios rojos. Comisuras indómitas que jamás besaste. Pablo. Y tu nombre reverbera al mismo compás de tus extremidades que, anestesiadas, se internan por el raso relieve imperfecto. Paisajes que aquilatas en los mínimos resquicios de tu mente enferma. Ángeles y demonios que han trasmutado los roles y que ahora ríen mirándote desde la primera fila. Privilegiada posición que en los años de juventud te cautivó. Pablo. Y el canto de la musa se comienza a extinguir.





M.M

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